miércoles, 22 de febrero de 2017

Clausura de la exposición de Ramon Casas en Sitges

Intervención con motivo de la presentación de la edición facsímil de Desde El Molino y la clausura de la exposición Ramon Casas, la modernitat anhelada, que hemos organitzado en el Museo de Maricel entre el 16 de noviembre de 2016 y el 19 de febrero de 2017.

Desde El Molino recoge las crónicas de París que Rusiñol escribía para La Vanguardia para explicar la vida de los artistas en Montmartre, sin ahorrar detalles. Tanto es que sea el retrato de los artistas catalanes que frecuentaban el Moulin de la Galette como las sombras chinescas del cabaret Chat Noir, o la vida nocturna de Montmartre, las canciones de taberna o el baile del can-can. De unas crónicas así, escritas y dibujadas en primera persona, hoy en día llamaríamos auto ficción. Son, como dice el texto de presentación, la autobiografía de la bohemia de Santiago Rusiñol y Ramon Casas.

Rusiñol narra las vivencias parisinas con un estilo que es el correlato de lo que él y Casas pintan, directo, real y, podríamos decir, sentimental. Ramon Casas las ilustró con un trazo y voluntad de fotoperiodismo, con un dibujo ágil y expresivo. Escritas entre 1890 y 1892 corresponden a los años que culminan la complicidad estética de ambos artistas.

Entre 1890 y 1892, sin embargo, se produce un hecho importante en la vida de Rusiñol y también para todos nosotros, para que, tanto él como Casas de París estando hacían incursiones en Barcelona para presentar sus cuadros en los salones y en los certámenes. Así fue como Casas vino a pintar en Sitges el otoño de 1891 y Rusiñol vino también por la curiosidad de aquellos patios que Casas le había explicado, al tiempo que también se dirigía a Vilanova para ver el Greco del Museo de Víctor Balaguer.

Es por ello que Desde el Molino también tiene referencias a Sitges. Concretamente, en el capítulo décimo, titulados “Impresiones de llegada”, una llegada después de haber descubierto nuestra población. Porqué Rusiñol escribe que “cuando (...) se dejan aquellas playas de Sitges que dejamos (...) cuando se deja aquella eterna dulzura del aire sin falsificación recibido y directamente aspirado; cuando se deja una tierra que a más de ser buena por ser nuestra, lo es también porqué lo és, (...) bien puede uno quejarse y hacerlo servir de pretexto para calentar el ánimo”. De aquel enero de 1892 ahora hace exactamente 125 años. Hacía poco que Rusiñol había pronunciado su primer discurso en Sitges despidiéndose de la gente que lo había acogido:

Doncs bé, jo, amics meus, anava caminant pel món, seguint terreno i saltant torrents i barrancs quan un dia vaig veure una terra on hi feia més sol que en els demés llocs, on el cel era més blau, la mar més blava també i les cases eren blanques i sense neu i tot era verd i florit i hi vaig fer alto (...) Però lo que no diran els meus quadres ho diré jo i ho diré molt alt perquè em senti tothom i ho diré amb el pit ple d’entusiasme: Que a França podran tenir molts milions, però mai podran comprar una terra com aquesta, on es malvasia el vi, or la costa, claror el cel, foc les dones i tot neda amb una atmosfera de vida i d’amistat.

Es también desde esta primera estancia que data el artículo sobre “La nostalgia de dos patrias”, en el que, golpeado por la tragedia de la emigración de persones de Sitges a América, sitúa la añoranza en primera persona, ya escindido entre la atracción del sol y la luz de Sitges y la niebla gris del París de la modernidad que aún tiene que acabar de apurar, pero que finalmente abandonará para construir la casa-taller y museo en Sitges.

Mientras tanto, pero, tenemos que saborear estas crónicas de París, este París tan gris de niebla pero tan atractivo para la lucha por el arte y la libertad en la que tanto Casas como Rusiñol acaban por triunfar importándola como el legado de la modernidad a la Catalunya de su tiempo.